Abre los ojos

Ilustrado por: Ángel Vargas Quintero
Instagram: @an.hell_
Autora: Sofía Triana Mejía.
Correo: sofitriana25@javerianacali.edu.co 

Cuento


Emma no respira, su cuerpo está inerte, pero no para de moverse. Los destellos de sus ojos brillan a través del cristal, aunque la oscuridad los cubra. Algo le pesa en su liso y blanco terciopelo, enreda las raíces que brotan de su cráneo, golpea su sonrisa y no la revienta. Mientras palpita su miedo, se retuercen sus tragedias y chocan con los sutiles relieves de su figura.

La estructura joven de Emma repele lo que las arrugas internas alojan, hay cráteres, hay grietas, hay poros, hay marcas de la vejez no buscada. Emma se sumerge porque esa cascada es real, porque ve historias que ha sentido sin haber escuchado, cree que lo que no conoce en nombre se puede sentir en la profundidad de lo que solo entiende el alma. Ella es acariciable, pero no se deja tocar por manos transparentes, ella se deja tocar por mentes que le dan vida al negro, le quitan al blanco y le dan sentido al gris.

Llega el momento de sentir el rayo de sol que amenazaba el clima melancólico de Emma. Ella estira su trágico velo y se aturde con el sonido de una voz amarilla. Sus ojos se iluminan con los hilos de oro que rebotan de la tierna cabeza de la pequeña Aurora, una niña que corre en una pradera riéndose y revolcándose en la libertad de su corta edad. Emma se acerca, desea ser la niña, quiere abrazarla, quiere vivir como la personita color calidez y estar eternamente refugiada en las flores del deseo. No obstante, ella suspira y se aleja de la sonrisa sin lágrimas.

“Emma, Emma, tú puedes Emma, todo está bien”. Letras salen de los labios apagados y de la mandíbula apretada, letras que parecen copos intentando consolar el volcán, chispas intentando incendiar la cascada. Emma no falla, ya no escucha sus venas reventar y siente cómo el vacío refresca sus pulmones, sus párpados abiertos ya no sienten la luz y su cuerpo se mueve, pero sus pensamientos no, ella está apagada, pero ve los colores que en la luz se saturan.

Ahí está Bella, su mirada penetrante golpea la oscuridad y la convierte en sus ojos, muerde sus labios y deja que la tinta corra como lágrimas feroces que chocan con las palabras que calla, y su piel pálida parece reflejar las historias que no ha contado. Emma ve los rasguños y quiere apaciguarlos, ve los moretones y quiere besarlos. Emma quiere cuidar a Bella así Bella no vea a Emma. Bella no ve más que las montañas de responsabilidades que debe escalar, no debe detenerse ante la distracción, no puede no hacer lo que debe.

Emma quiere que Bella la vea, quiere abrigar de blanco las pinceladas de dolor que cubren a Bella. Bella no la ve, Bella solo posa su mirada en la cima, no hay tiempo para reposar la elevación de la exigencia. Emma se desespera y grita la pregunta más dicha y menos respondida. De repente, las heridas de Bella derraman fantasmas del pasado y se absorben antes de ser expulsados, se han encariñado con el sabor de paz que succionan de Bella. Emma no entiende el dolor de Bella, pero desea llevarla al campo de los deseos donde está Aurora, y contagiarla con la calidez de la libertad.

“¡No más!” Emma no quiere salvar a Bella, no quiere abrazar a Aurora. Emma quiere ser salvada y abrazada, ella es la cicatriz y la sonrisa, la pequeña y la adulta. Emma es el infinito de la “y”, no en lo finito de las palabras. Emma no quiere perseguir ni gritar más. “¡Basta!” Emma ya no se entrega a la tormenta de la cascada, se refresca en la perturbación de su aura y en su silencio sensorial llama a su dualidad. Aurora y Bella despegan la mirada de sus universos, sus estructuras desvanecen convirtiéndose en las partículas que fluyen en el río vertical que atrapan a Emma.

“¡Emma, abre los ojos!” Bella y Aurora sacan a Emma de la tina sabor a vino derramado. En el delirio, Emma ve su cuerpo abandonado y rasgado, con el rostro decorado por una sutil media luna en sus labios. Bella y Aurora estaban en Emma. Pero Emma estaba con ellas. Emma había vivido su última batalla y su cuerpo materializó la historia, pero no la vivió. Emma abrió los ojos luego de haberlos cerrado eternamente.