¿Café en mí?

Ilustrado por: Juliana Vacca Ordoñez.  Instagram: @j.space_station

Autora: Andrea Valentina Guáqueta Rojas.

Correo: guaqueta@javerianacali.edu.co

Cuento 


 

El itinerario es el mismo. La rutina alimenta todos los días la necesidad de escapar del bucle de mi vida. Hoy no es la excepción, aunque Víctor, mi compañero de clase, me ha propuesto ir por un café luego de este tedioso jueves de universidad. No supongo que todo sea igual, pero tampoco ilumino mi vida con este acontecimiento. Al fin y al cabo, solo es un café; ¿qué podría pasar?

Al llegar al lugar con Víctor, lo veo bostezar mientras acomoda las pesadas gafas en su angosta nariz. No quita la vista de su celular y sin soltar el aire, bebe del pitillo de un raro café del lugar. Su silencio logra que el sonido de mis pensamientos asemeje voces reales. Aprecio que se encuentre aquí (aunque realmente no lo esté). Pese a que su indiferencia no genera ningún tipo de controversia para mí, noto aún más distante a mi más íntimo amigo. Sus temblorosas manos exigen salir, debido al helado aire acondicionado del lugar. Al cumplirse una hora exacta, me encuentro sola en una mesa coja, con un vaso vacío y otro a punto de terminarse. 

Me encuentro sola, en una mesa coja, con un vaso vacío y el otro a punto de terminarse, reflexiono. Lentamente, las personas con las que entré dejan de tener algo en común conmigo al abandonar el establecimiento que nos conectaba. Sin embargo, como si afuera no hubiese vida ni mundo, hay otras personas que han conversado durante horas, quizá días y hasta siglos. ¿Llevarán menos tiempo que yo? O por el contrario, ¿llevan una vida entera y yo soy una más para ellos, como lo son ellos para mí? El aburrimiento nubla mi mente y comienzo a suponer.

Marta. Una mesa adelante. Su esposo la dejó por alguien más joven. Vive recordando la dolorosa escena de su partida, esa noche lluviosa de septiembre. José, quien la acompaña, no detecta el rencor que aún siente por su exesposo, siempre se ha sentido atraído por ella. Marta finge indiferencia, pero disfruta de la atención porque conoce perfectamente sus intenciones. Revisa constantemente su celular, pues espera la llamada del culpable de la herida cuya bandera son los cayos que lleva en el corazón. Marta no aprende, siempre es lo mismo.

Prefiero a Lucas, mesa de al lado. Un joven apuesto, a mi juicio. Estudiante de ingeniería, amante de la literatura. Frustrado por la elección que le obligaron a tomar frente a su profesión. Aparenta ante sus amigos quién realmente es y las decisiones que toma al tener aquellos episodios de locura desenfrenada. Se autoconvence de que su personalidad lo ha llevado a cometer tan censurables acciones, al no admitir que los tubos de papel rellenos de químicos y plantas desencadenan estos comportamientos. Nadie lo sabe, aunque sospechan. 

Marta es estúpida, puede tener a cualquier hombre y sentirse plena con esta decisión. O, darle la oportunidad al pobre José, quien también es idiota por rogar el amor de una mujer que no pretende hallarle fin a ese ciclo enfermizo. “¿Por qué no estar con él?” Le grito a la mujer de dos mesas adelante. El lugar queda en silencio repentinamente. Ferozmente, volteo a ver al indefenso joven de la mesa del lado. “Seguramente siendo un drogadicto inútil llegarás a algún lado”. Todos miran desconcertados. Automáticamente, noto la gravedad de mis acciones.

No pretendo excusarme, fue claro lo que pasó. No quiero expresar mis propias vivencias en la cotidianidad de inocentes. Seguramente no busqué plantear el desengaño que viví hace unos meses o el problema de drogas que esto me causó. “Marta y Lucas tienen culpa, no he llorado por esto cada noche desconsoladamente, grito. Veo a Víctor entrar corriendo por la puerta. “No creí que pasaría de nuevo” dice. “Marta debe perdonarlo, debe seguir, no puede quedarse ahí sigo gritando. “Marta no existe Andrea, Marta eres tú”, continúa Víctor. Volviste a olvidar tus pastillas, dice.  

En ese momento lo entendí todo. El dolor de Marta era mi dolor, las adicciones de Lucas eran las mías. Quién creería que su desamor me volvería quien soy. Pobres personas, fueron víctimas de ti. Arrepiéntete por irte y dejarme. Aquí estoy, en el asiento de siempre, con el café de todas las veces, en el mismo lugar en el que me abandonaste. Ven para dejar de verte en los demás, la dueña del lugar ya cansada de mí está.