El mago de Lima

Ilustrado por: María Alejandra Ruiz Díaz. 
Instagram: @ale.jpg.4
Behance: @ale ruiz.4
Autora: Valentina Castañeda Sanjinés. 
Correo: valcastaneda@javerianacali.edu.co 

Cuento


Un letrero al inicio de la fatigosa fila para pasar el filtro de migración y acceder al centro de conexiones anunciaba que aquella tortura tardaría mucho más de diez minutos. Sin embargo, el tiempo pareció retorcerse, deslizarse como por un tobogán vertiginoso; cuando apareció una tromba de adolescentes bulliciosos que hacían su primera parada camino a ese paraíso soñado que son las excursiones estudiantiles. Delante de ese cóctel de gritos, espinillas y hormonas, estaba ella, la princesa de este cuento.

Prendida de la mano de su madre, lucía una mariposa atrapada en su minúscula cabellera rubia. En la otra mano una manzana roja digna de un cuento de hadas. Al pasar por la máquina de rayos equis, su madre puso el bolso y las chaquetas en la bandeja gris, pero al llegar al marco detector de metales, la señorita pidió que también pusiera los zapatos en una de las bandejas. Fue en medio de esa maniobra que la manzana cayó de la mano de la pequeña, así que la madre presurosa la colocó junto a sus demás pertenencias.

«¡Avancen por aquí!» gritaba el encargado de la fila tratando de ordenar a la estampida de pubertos. Mientras la pequeña seguía con su mirada muda cómo se perdía la bandeja con los zapatos y la fruta. La bandeja entró por la boca de la máquina, y ella siguió absorta el recorrido de la cinta del detector, presintiendo que algo extraño podría ocurrir. Y así sucedió, al salir sus pertenencias del detector, ya no estaba la manzana. La niña gritó, la mamá preguntó por la fruta y el encargado refunfuñó indicando que no había manzana alguna. Poco o nada se puede hacer contra los dictámenes de un burócrata.

Con un tinte de derrota la mamá intentó acallar el llanto de la niña, que lamentaba haber perdido la manzana más perfecta que habían visto sus ojos. Así que se echó al suelo en forma de protesta, a lo que la mamá quedó estática. El rostro de la mujer se pintó de todas las tonalidades de rojo, por un segundo pareció que perdería la compostura y ese aire de serenidad inmarcesible. Cuando de un momento a otro, empezó a recitar comandos a la niña como si se tratara de un perro entrenado. «Stop it», «Get up», lo repetía una y otra vez, pero la niña seguía su rabieta con convicción.

Como era de esperarse, el paso en la fila se detuvo. La niña seguía buscando su manzana mientras la madre recitaba sus comandos. Detrás de esta aparatosa escena, toda la hilera de viajeros estaba atenta al desenlace de los hechos, excepto la masa de adolescentes ansiosos que empezaron a exaltarse por el retraso. Eran como un enjambre de abejas aturdidas, unos empezaron a tomar bandejas para poner sus pertenencias, mientras que otros se dirigían a discutir con sus profesores como si eso mágicamente hiciese que la fila avanzara.

El comportamiento errático de los adolescentes fue tal que empezaron a llegar guardias a la sala para apaciguar el alboroto. La fila empezó a reorganizarse, con lo que nuevamente eran visibles la niña y su mamá. La rabieta de la niña había perdido ímpetu. El llanto histérico se convirtió en un lamento lánguido, la mariposa de su cabello se había escurrido hasta el final de su melena y la madre la esperaba al final del detector de metales con sus pequeñas zapatillas en la mano.

Entre los guardias de seguridad y los profesores lograron replegar la breve revuelta estudiantil, tenían a los adolescentes uno tras otro, con bandeja en mano y en total silencio. En esa pequeña fracción de calma la niña apenada se acercó a su madre, empezó a ponerse sus zapatillas con poca destreza y juntas emprendieron camino a la sala de espera. La niña arrastraba sus pasos con un profundo desaliento, mientras acomodaba su mariposa con la mano que le quedaba libre.

Pero en la mitad del pasillo, en las cabinas telefónicas de espalda a nosotros estaba él, con una gran gabardina azul. Se giró sonriente hacia la niña, se quitó el sombrero blanco de paja como saludándola e inmediatamente sacó de allí una manzana roja que le ofreció, diciendo: «Querida Blanca Nieves, ¿esta es tu manzana?». La niña volvió a sonreír, la madre agradeció, los imberbes aplaudieron emocionados y él se esfumó escaleras abajo. Así conocí al famoso Mago de Lima.