Mi delirio

Fotografía tomada por: Andrés Romero Ramírez. 
Instagram: @romero_fot
Autor: Carlos Alejandro Sánchez Paz. 
Correo: casanchezp@javerianacali.edu.co 

Cuento


 

Ahí estaba, una auténtica experta en el arte de controlar la dirección de la luz para producir los efectos deseados, en una fría noche de invierno; Corrientes me motivaba a intentar comparar esta sensación con cualquier otra que hubiese podido vivir en días pasados, aunque no me era posible. Puesto que las circunstancias no eran las mismas, el lugar no era el mismo, la noche era distinta, la compañía era otra, la vida era otra y yo era otro. En consecuencia, miraba a mi alrededor tratando de encontrar alguna similitud, algún atisbo de coincidencia entre un lugar y otro, pero volvía y fallaba una vez más en el intento.

Aunque suene extraño, y así lo fue, intenté comparar la avenida Corrientes, como si se tratara de la Sexta en la amada e inmóvil sucursal del cielo; la 9 de julio, como si se tratara de la Quinta, pero una vez más, volvía a intentar imposibles. Traté incluso de encontrar el olor del carrito del vendedor de mango biche que se mezclaba con el de la gasolina. En realidad, visto en retrospectiva, hacer algo como eso era como tratar de verle la sombra al viento. También era un tanto irónico, porque mientras yo luchaba por mantener el recuerdo de mi ciudad, para comparar y contrastar con la París latinoamericana, quien me acompañaba en ningún momento hizo esfuerzo alguno por ello, incluso diría que buscaba quedarse solamente con esas calles, cuyos números, tráfico, olores, temperatura y colores reemplazan las anteriores.

Debo reconocer que soy un adicto a mi ciudad. Para mí, Cali es una amante de la que es muy difícil desprenderse, es una ciudad de la que uno queda encoñado, y este es un término de deseo, de carnalidad, de cuerpo, de olores, de sudores, de rugosidades, que provee gozos únicos.

Por otra parte, soy consciente de que para muchos esa descripción sería utilizada para ciudades como París, Londres, Nueva York, entre muchas otras. Pero en ese sentido, estar enamorado de Cali, es como estar enamorado de una mujer fea, es como tener una novia tuerta, coja y tartamuda; en fin, con todos los defectos posibles. Eso implica tener que escuchar las críticas, las bromas y las burlas de los amigos, pero entonces les das a entender que en realidad es bacana, es dulce, es tierna. Es decir que Cali, siendo una ciudad como la entiendo en todo este texto, puede proveer unos gozos inenarrables, pero así mismo, unos dolores y unos pesares, inexpresables, pero uno la ama a ella, como a una enfermedad y su cura al mismo tiempo.