Nada que temer

Ilustrado por: María Paula Garcés Leal.
Instagram: @mapugl7_7
Autora: Mariana Peláez Bernal.
Correo: mpelaez26@javerianacali.edu.co

Cuento


 

Hace cuatro años fue la primera vez que Danny me invitó a pasar el verano con él en el pueblo donde nació, y sin pensármelo dos veces, acepté. Pasar las vacaciones con Danny siempre me llamó la atención. Sin falta, el primer día de clase llegaba a contarnos a todo el salón sus increíbles historias de aventuras y todos lo escuchábamos atentamente, asombrados. ¿Cómo era posible que un niño de dieciséis años viviera tantas cosas solo?

Nos quedamos en la casa de su abuela, que estaba tan anciana que a duras penas reconocía quién era su nieto, beneficiando a Danny, quien lograba entrar y salir de la casa sin que ella se diera cuenta. Apenas llegamos al pequeño pueblo tuve una sensación extraña, me sentía vigilado, no sabía si era solo impresión mía, o se debía a las pequeñas figuritas de porcelana que había alrededor de toda la casa. Recuerdo haberle mencionado esto a mi amigo, pero como era de esperarse no le dio importancia. Ahora solo deseo devolver el tiempo e insistir más.

Una noche la abuela de Danny, mientras cenábamos junto a ella, nos contó acerca de la leyenda del Cambia formas, una criatura supuestamente extraterrestre que tenía el poder de transformarse en cualquier persona, pero no sin antes robarle la energía, como forma de alimento y causando así su muerte. Al escuchar esto mi primera reacción fue reírme, pensando que la abuela ya había enloquecido por completo a causa de la edad. Sin embargo, cuando volteé a ver a mi amigo, este estaba serio, arrugando la frente y apretando fuertemente el mantel de la mesa.

“¿¡Puede callarse!?” gritó Danny en dirección a su abuela, golpeando sus puños contra el comedor. Quedé paralizado, no entendía qué pasaba.

“¡Cállese señora, lo que menos quiero al comer es escuchar sus estúpidas teorías sobre este pueblo!”, dijo Danny.

“No mijo, no me estoy inventando nada, yo sé que es verdad, todos en el pueblo sabemos que es verdad”, dijo la abuela alzando un poco la voz.

No pasaron ni cinco segundos y Danny ya no se encontraba en la habitación, dejando tras de él su asiento tirado en el piso.

Terminado de comer fui a buscarlo en la parte trasera de la casa, donde me había mencionado días antes que iba para pensar.

“¿Qué fue todo eso?”, recuerdo haberle dicho de manera calmada.

“Nada Leo, solo que no me aguanto más las mentiras que esa señora cree”, respondió más calmado que antes, pero aun con notorio enojo. Me senté junto a él y hablamos un rato más del tema, pero él solo me repetía que no había nada que temer. Yo ya no sabía qué pensar, porque, aunque lo que decía ella sonaba loco, tenía un mal presentimiento.

La noche siguiente, mientras intentaba dormir, noté como mi compañero se levantaba de la cama de al lado y salía por la ventana como de costumbre. Al no aguantar las dudas, decidí ir tras él, esperé unos minutos para salir por la misma ventana sin que se diera cuenta, y caminé siguiéndole el paso. Nos acercábamos a una vieja casa no muy lejos de la nuestra y él entró. Después de varios años sigue vivo el recuerdo y la manera en que me invadió el miedo, al ver por la ventana cuatro cuerpos que colgaban en las paredes, tan inexpresivos como una lápida sin nombre.

Quise entrar para ver más de cerca, pero estaba petrificado; y mejor que no pude hacerlo. Danny salió de lo que parecía un baño y se acercó nuevamente a la habitación donde se encontraban los cuerpos en la pared. Con sus manos bajó uno de ellos y como si fuera magia, la criatura dentro de la casa ya no tenía el aspecto físico de Danny, sino de la persona que tenía entre sus brazos. Al ver esto, corrí lo más rápido que pude de regreso a la casa de la abuela para recoger mis maletas e irme de regreso a Monterey, solo.

Años después sigo sin poder procesar del todo lo sucedido en esas vacaciones. Como era de esperarse, Danny nunca volvió a la escuela.  Sin embargo, ahora logro entender la reacción de “mi amigo” con su abuela la noche que nos contó sobre aquella criatura extraterrestre. No sé desde cuándo exactamente perdí a mi amigo, pero prefiero recordarlo como aquel joven extrovertido y aventurero que alguna vez fue, y no como el Cambia formas que conocí ese verano.