No lo deseo tanto…

Ilustrado por: Diana Isabel Riascos Cataño
Autora: Sofía Mendoza Majet
Correo: sofiamajetm062004@javerianacali.edu.co

Cuento


España, noviembre 8 del 2015

Soy Lucía, tengo 20 años; he vivido experiencias buenas y malas con mis padres, María y Juan. Hay momentos donde todo se desata, estás bien y de repente todo tu miedo sale a flote, te sientes ahogado, y la vida se siente diferente. Para que me entiendan fui diagnosticada con depresión a los 15 años por un psicólogo, y ya decía yo que mi forma de ver la vida no era normal y ahí la perspectiva de las cosas cambió.

Toda mi vida fui una chica muy cerrada y sentía que era diferente, sabía que estar triste todo el tiempo y sentirme más pequeña que una hormiga no era normal. Me veía al espejo y podía ver la frustración y el dolor en el reflejo de mis ojos, todo esto gracias a los insultos que recibí por ser la niña callada. Lo tengo todo, una familia hermosa, amigos que me quieren y saber que no llego a ser suficiente para ellos me frustra. Siempre me hicieron sentir menos, y todo eso deja heridas que son imborrables y que sin querer te marcan para siempre sin vuelta atrás.

Entender a mi mente es muy difícil, ni siquiera yo puedo hacerlo, tengo momentos de lucidez donde me doy cuenta de que siempre estoy escapando de mi propia vida y de mi propia realidad. Para poder centrarme y tratar de dejar a un lado mis pensamientos más oscuros me gusta escribir, escribo lo que siento y lo que veo, lo que esas sombras que siempre me acompañan significan para mí. Lucho diariamente con poder controlar la forma en la que me afectan las cosas que me pasan, lucho con aprender a mantener mi luz encendida en un lugar donde siempre tratan de apagarme.

Mis padres me atormentan, pero no piensen que es porque son los peores padres del mundo o que simplemente tratan de hacerme la vida imposible, ha sido todo lo contrario, me han acompañado en mis crisis, han aguantado todos mis berrinches y mis malas actitudes. Luego pienso en mí y soy consciente de que mis actos hieren a esas personas a las que más les importo y justo ahí cuando ese pensamiento llega a mí, las sombras de mi tristeza aparecen. Se abre en mi mente la idea que ellos nunca serían capaces de mover un dedo por , y no me lo tienen que decir, sé que suena ilógico.

Pero, como dice mi madre, el sol siempre vuelve a salir y yo a brillar. Si tan solo ella pudiera entender lo difícil que es para mí querer salir a la luz y demostrar de lo que soy capaz, sería diferente. Mi padre lucha porque quiera salir de mi habitación diariamente y como me dice él «quiero que hagas las cosas que una chica de tu edad haría normalmente, vive hija mía». Estas palabras están en mi cabeza todo el tiempo, pero mis pensamientos y oscuridades me tienen hundida, quiero sentir como todos, quiero sentir amor cuando veo a mis padres; pero estas cadenas no me dejan.

Como si nada doliera, así me ven todos y nadie se da cuenta del remolino que llevo por dentro y cómo cada uno de esos pensamientos afecta mi cuerpo diariamente, soy la que grita en silencio y se ahoga en sus penas en esas cuatro paredes de mi cuarto que me protegen. Hasta que llega mi madre a preguntarme si algo pasa y simplemente tengo que guardar mis lágrimas para decirle estoy perfecta mamá y seguir con mi día. Mientras que en mi mente solo me veo lanzándome sobre ella, esperando que me abrace hasta sentirme bien, y poder decirle que no siempre puedo sola; pero no puedo llenar a mi madre de más angustias.

El paso de los días me consume junto a mi soledad, mis padres trabajan y mis amigos en clases, cosa que no puedo vivir porque hoy en la mañana tuve una crisis que no me dejó levantar de mi cama, esa misma que me consume cada día más. Hoy no pude seguir luchando con esas cadenas, me desperté y sentí que mi cuerpo no me pertenecía. No podía mover mis piernas y sentía una presión intensa en mi pecho como si tuviera el corazón roto, pero al fin y al cabo no es del todo una mentira. Y no pude más, los suspiros no me alcanzaron, simplemente en mi bañera me quedé dormida.

Y como lo dije al principio de esta carta, esta luz no pudo seguir brillando y tampoco cumplí el sueño de vivir como me decía mi padre. No se juzga un dolor que no estás viviendo, esto llegó y me absorbió hasta las sonrisas. Comienzo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que estoy haciendo lo mejor que puedo hacer, y juro que no creo que tres personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido.