Reflexiones póstumas

Ilustrado por: Manuel Orozco Van
Autor: Manuel Alejandro Orozco Van.
Correo: maov@javerianacali.edu.co 

Cuento


 

Casi me mato y por un momento logré estar en todas partes, mi mente fue mía y no del tiempo, cada pensamiento se transformó, el presente se expandió más allá del pálpito del corazón, lo fue todo y se escurrió en sensaciones, sentimientos y emociones, era como un líquido viscoso que se esparció lentamente por todo mi ser. Mi amigo se fue hace unos días, así es, tal y como suena, lo encontraron ahí, tendido en su cama, era un manchón de suciedad apenas reconocible sobre el blanco de las sábanas. Al parecer, se rajó las venas y convirtió el rojo vivo en café marchito; eso es muy extraño hoy en día, la mayoría prefiere solo desaparecer. Es que todo eso del rito y el duelo suena a un drama innecesario, justo como esas situaciones que a uno le recomiendan evitar. Pero él era diferente, prefería el dolor que la nada, la idea de sufrir le dió vida, así, supongo yo, superó todo pronóstico de lógica materialista, se fundió consigo mismo, aceptó sus instintos y el mundo le ofreció una tumba, entonces el cuchillo fue más fuerte que la mente y convirtió su cuerpo en memoria de carne.

Hace muchos años que las personas comenzaron a desaparecer, yo era solo un bebé, pero uno vive del recuerdo de otros, aunque no se entienda, realmente, lo que pasa. Dicen que solo ocurrirá al pensarlo, al inicio, se fueron muchos, muchísimos, no sabían qué hacer y menos entendían el fenómeno en sí, luego los influencers y empresas empezaron los podcast, shows y documentales, con soluciones prácticas se hicieron ricos y los demás pudimos vivir a medias. Las ventajas fueron varias y muy adecuadas, además, resultó ser mucho más higiénico y atractivo en una sociedad como la nuestra; de esa manera nos ahorramos trámites, honorarios jurídicos y las limosnas que solíamos darle a los sepultureros. Todo lo que digo sobra, ya lo deberías saber, pero de no mencionarlo se me haría más difícil entender esta situación y a los culpables.

A mi amigo hace rato que no lo veía llorar ni arrepentirse de algo, él solo hablaba del ahora y constantemente rechazaba la tristeza, solo hay espacio para el futuro, me decía, después le gustaba gritar: ¡no le metas mente!, mientras me abrazaba y sonreía, ¿quién sabe en qué pensaría cuando se apuñaló a sí mismo? Era difícil ser optimista ahora, era duro estar en ese lugar y bastante improductivo, sin duda, solo se podía pensar que era más un problema que los vestigios de un ser humano; él se había convertido en un saco de intestinos y tendones para mí. Una molestia del pasado, una que debe dejarse pasar por el bien mi presente y el futuro de los demás.

Fue un proceso largo, ya no existían las funerarias ni siquiera las salas de urgencias, no había nada, ya nos habíamos acostumbrado tanto a no morir, que era más fácil rendirse y ser olvidado, definitivamente, había más piedad en desaparecer sin dolor. Los familiares no chillaron, no podían, estaban completamente descolocados, era más la extrañeza y el caos que la tristeza, se miraban unos a otros y gesticulaba como si tuvieran la boca seca, luego intentaban llorar, y como no salía nada, volvían a su duelo histriónico y silencioso. Resulta duro entender, al inicio al menos, pero la cosa es sencilla, o eso decían los expertos en psicología, sólo había que aceptar el suceso, llorar un poquito, respirar, tomar agua y meditar; sencillo, era como seguir un método hecho con todos los datos disponibles sobre la psique humana, después del paso A sigue el B, si no funcionaba se revisaba el C, de no entender los anteriores se consultaba otro manual o blog, y listo, a seguir viviendo.

El tema con todos los consejos de conocidos y profesionales fue el cuerpo, esa cosa llena de miseria nos recordaba constantemente que ya no estaba. Me imagino la impotencia de abrir la puerta y verlo tirado, la esperanza se deshace como niebla, se escucha el grito de la madre y las pisadas del papá corriendo al cuarto, ya el resto sobra mencionarlo. Igual y no hubieran podido hacer nada, después de todo las ambulancias ya no funcionaban e incluso, aunque hubieran podido recoger al moribundo, el doctor no habría hecho nada más que recomendarle una buena dieta o plan estricto de vitaminas y cremas para extender su vida. Ya el tiempo de la muerte había pasado, los bisturís los habían convertido en cucharas y la medicina en un amable consejo. Ya no quedaba nada más, solo las camillas para sentarse y descansar.

Nadie me avisó. Fue tal el shock de pesimismo y realidad en este mundo de plástico que me enteré por pura casualidad. Iba camino a devolverle un saco, hablar de una chica y, justo, en cuanto me acerqué a las rejas de su casa me topé con ese circo de deformidad. Todos los familiares estaban esperando, cada uno, en sus respectivos vehículos, ellos solo miraban, mientras el papá intentaba montar a mi amigo, envuelto en sábanas cagadas y ensangrentadas, en la cajuela de su camioneta. Era una enfermedad cargar el peso de otro, y era obvio, porque ayudar es para débiles, no valía la pena bajarse, después de todo, cada quien debe cargar con su propio peso.

Nadie decía nada, sólo silencio, miradas y el ruido del aire acondicionado. Entendí que con la ausencia de la muerte habíamos perdido toda capacidad de concentración o permiso de aburrirnos, tan solo una mala idea nos podría eliminar. Pocas cosas se hacen, a parte de los ejercicios de estiramiento diarios y las finas dietas que nos hacían comer cada cuatro horas, así no tuviéramos hambre. Todo este sistema que nos mantenía ahí para nosotros, por nosotros y siempre, siempre, con nosotros, nos había hecho perder algo sin darnos cuenta. Tal vez, el derecho a arrepentirnos de la vida, la necesidad de parar y sentir con fuerza lo que permanecía oculto en el corazón sin sentir culpa de no mirar al futuro, pero esas son las consecuencias de convertir los cementerios y funerarias en bosques y jardines llenos de flores de cristal.

Todo se sintió muy raro, en especial entrar a la morgue. Primero, porque ahora la usaban como área de descanso para el poco personal que quedaba y todo estaba lleno de aceites aromáticos de plantas únicas de Brasil. El otro motivo fue que la madre se había acostumbrado tanto a los pilates, el yoga, el mindfulness y las gotas medicinales de tribus amazónicas que se había olvidado de cómo velar a un muerto. Estaba perdida y ni siquiera era capaz de reconocerlo, lo único que hacía era cerrar los ojos y decir entre susurros no desaparezcas, no lo hagas, no lo hagas mi niño. Ella luchaba por el presente, mientras olvidaba el pasado, se decía una y otra vez lo mismo hasta que entró a la habitación; vio el pie desnudo de lo que fue su hijo y desapareció, no hay humo, no hay luces, de hecho, no hay nada, solo estaba ahí y luego no.

El padre estaba a su lado y en medio de un arranque de lucidez errática gritó como pudo: ¡eso es! ¡Así se hace! Es mejor eso mi amor, mucho mejor que esta desgracia. En ese momento, su hermano me tomó el brazo izquierdo y lloró, mientras yo sentía una leve caricia en mi pecho, muy suave para ser dolor, muy fuerte para ser amor. Los guardias nos sacaron a todos del recinto a los treinta minutos, demasiado drama; otros diez minutos después nos dijeron que, como era obvio que era un suicidio, ya no había nada más qué hacer. Hace tiempo que no se hacía papeleo de muertos y al gobierno no le resultaba rentable contar desaparecidos. En quince minutos habían envuelto a mi amigo como si fuera una maleta del aeropuerto, nadie se indignó y todos dijeron que, por lo menos lo habían limpiado con talcos y paños húmedos; claro, nos ahorramos el jabón y el agua, con eso, se volvía ecológico y bastaba para sus decaídas conciencias.

Pasaron varios días, tal vez una semana entera, no vi cómo guardaron el cuerpo, solo sé que conseguir un cementerio fue imposible, no había ni siquiera para mascotas. Estas son las cosas que lo hacen pensar a uno, después de todo, siempre se asume la normalidad y nunca se cuestiona. Ahí es cuando uno entiende que no es un pensamiento, de ser así, sería muy sencillo no morir, pero al ser un sentimiento todo cambia y los peligros se multiplican. En fin, ya pocos tenían tiempo para reflexionar y se lo dedicaban a actividades altamente productivas que aportaran de alguna forma al estilo de vida recomendado, como crochet o la gimnasia rítmica. En ese estado me encontré a su papá, iba a visitarlo de vez en cuando, más que nada, para saber qué iba a pasar y siempre lo encontraba en las mismas situaciones; se la pasaba escuchando música clásica, eso recomendaban para la tristeza, a veces hacía ejercicio en casa con rutinas de Tik Tok y, luego, me pedía consejos para sus citas de Tinder y Bumble.

Después de diez días y una cantidad insana de velas aromáticas de sándalo para ocultar el olor a putrefacción, se tomó una decisión, enterrarlo en el patio junto al último perro que tuvo la casa. La ceremonia no existió, la gente ya no creía en las iglesias y el trabajo de los curas había desaparecido, con ello los rezos y lloriqueos quedaron atrás. Ahí estábamos parados en frente de una masa amorfa de plástico llena de moscas, todos se tapaban la nariz, mientras el vecino y yo cavamos un hueco lo suficientemente hondo para evitar infecciones en la cuadra, nadie me lo pidió, yo me ofrecí sin entender por qué. El papá estaba abrazado a una chica, por lo menos veinte años más joven; podría ser mi hermana mayor, pero se notaba que hacía todo lo posible por no pensar en lo que había perdido, solo trataba de sobrevivir al incesante pasado casi presente. Una vez terminada la transacción dimos una pequeña cuota para la inexistente pena moral que se supone debíamos consolar por lástima, el código QR estaba en la puerta.

Estas cosas perforan el pecho, el dueto de la muerte y la vida pasan de ser sucesos a una infección que corroe la mente, deshacen lo lógico en instinto y las manos se entrelazan, en cadenas humanas de desaparecidos y muertos que rondan sobre la cabeza de uno, saltando alrededor de lo que es real o no lo es, haciendo de una alucinación en una corona de espinas, como moscas asechando a un cadáver. Yo escribo esto para pensar más y sentir menos, para enfrentar mi nefasta situación, es como si el corazón, en medio de la ira y el profundo dolor, decidió por sí mismo subir de la garganta hasta la cabeza. Para mi desgracia este extraño mal generó situaciones surrealistas, resulta difícil de creer, pero tengo dos órganos en el cráneo y como, lógicamente, solo hay espacio para uno, es imposible evitar el dolor. A él le debió pasar lo mismo, ahora lo entiendo mejor, los síntomas son fuertes, es difícil concentrarse y es complejo escucharse, cuando hay tantos seres hablando todo el tiempo. Tal vez, eso era la muerte antes de la no vida, mucho ruido adentro de la mente acompañado del más desgarrador silencio de la lengua, una absoluta soledad ante la compañía más insistente.

Ya pasaron meses, no he podido ser claro, y la frustración ha echado raíces en mi alma. El pecho y la cabeza me palpitan con desesperación y puedo decir que tenía miedo, ambos, o al menos yo sí, por eso encajar en el presente es imposible, cualquier atisbo de otra cosa era la posibilidad de no existir más y eso hace que el mundo se vuelva pragmático, tristemente, nada cambia, todo sigue igual, y no hay nada más extravagante y desagradable que estar ahí, intentando vivir. Mi amigo no lo hizo por odio ni mucho menos por frustración, estoy completamente convencido que fue esperanza, una muy extraña y mortífera que lo convenció de estar aquí, realmente aquí, nada de fingir, así sea por unos segundos. Empecé a creer en él, en su teoría muda sobre la vida y he decidido entregarme en cuerpo y lo queda de mi alma. A quien encuentre este texto junto a mí, le deseo suerte, ahora todos estamos solos y,como último deseo, quiero que mi cuerpo quede, así sea para estorbar, que sea el testigo de que viví más allá del tiempo, las rutinas perfectas, las dietas ideales, las citas seguras, los vegetales limpios y la seguridad en la incertidumbre. Luego miré al cielo, cerré los ojos y respiré, y respiré hasta irme.